martes, 17 de febrero de 2015

El momento es apremiante

Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida y nadie podría poner el pie en él ni avanzar un solo paso si Cristo, haciéndose él mismo camino, no hubiera facilitado el acceso; de modo que el autor del camino se ha hecho posibilidad para el caminante, pues él es al mismo tiempo el que introduce a la tarea y conduce al descanso. En efecto, en él se fundamenta nuestra esperanza de la vida eterna y en él tenemos un modelo de paciencia. Pues si padecemos con él, reinaremos con él, porque, como dice el Apóstol: Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. De otra suerte presentamos una imagen falseada de la fe si no seguimos los preceptos de aquel de cuyo nombre nos gloriamos, preceptos que no nos serían onerosos y nos librarían de todo peligro, si no amáramos más que lo que se nos manda amar.

Dos son en efecto los tipos de amor que condicionan todo el universo volitivo, tan diversificados como lo son los núcleos de que proceden. Pues es un hecho de experiencia que el animal racional, que no puede vivir sin amar, o ama a Dios o ama al mundo. En el amor a Dios no caben excesos; en el amor al mundo, en cambio, todo es nocivo. En consecuencia, hemos de adherirnos inseparablemente a los bienes eternos y utilizar eventualmente los temporales, de modo que al peregrinar por la tierra con los ojos puestos en la patria, todo cuanto de próspero pudiera salirle al paso, lo considere como viático para el camino y no como invitación a instalarse. A esto nos exhorta el Apóstol cuando dice: El momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.

Pero quien se mece en la abundancia, en la belleza y variedad de las cosas, difícilmente logrará superar su atractivo a no ser que en la belleza de las cosas visibles ame más al Creador que a la criatura. Cuando él nos dice: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, quiere que por nada del mundo aflojemos los lazos de amor que nos unen a él. Y cuando a este mandamiento une estrechamente el amor al prójimo, nos ordena que imitemos su propia bondad, amando lo que él ama y haciendo lo que él hace.

Y aunque seamos campo de Dios y edificio de Dios; y si bien el que planta no significa nada ni el que riega tampoco, sino el que hace crecer, o sea, Dios, no obstante en todas las cosas exige la colaboración de nuestro ministerio y nos quiere dispensadores de sus bienes, a fin de que quien lleva la imagen de Dios, haga la voluntad de Dios. Por eso, en la oración dominical decimos con la máxima dedicación: Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¿Qué es lo que pedimos con estas palabras, sino que Dios se someta al que todavía no le está sometido, y haga en la tierra a los hombres ejecutores de su voluntad, como los ángeles lo son en el cielo? Pidiendo esto, estamos amando a Dios, amamos también al prójimo, no con dos tipos de amor, sino con una misma dilección que nos hace desear que el siervo sirva y que el Señor impere.

San León Magno
Tratado 90 (2-3: CCL 138A, 558-561)

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