sábado, 18 de mayo de 2013

La fuerza del Espíritu Santo

Amadísimos: Ningún humano discurso es capaz de dar a entender los grandiosos dones que en el día de hoy nos ha otorgado nuestro benignísimo Dios. Por eso, gocémonos todos a la par, y alabemos a nuestro Señor rebosando de alegría. La festividad de este día debe, en efecto, reunir a todo el pueblo en pleno. Pues así como en la naturaleza las cuatro estaciones o solsticios del año se suceden unos a otros, así también en la Iglesia del Señor una solemnidad sucede a otra solemnidad transmitiéndonos sucesivamente las variadas facetas del misterio. Así, hemos recientemente celebrado la fiesta de la Pasión, de la Resurrección y, finalmente, la Ascención de nuestro Señor a los cielos; hoy, por último, hemos llegado al mismo culmen de los bienes, al fruto mismo de las promesas del Señor.

Porque si me voy, dice, os enviaré otro Paráclito, y no os dejaré desamparados. ¡Ved cuánta solicitud! ¡Ved qué inefable bondad! Hace sólo unos días subió al cielo, recibió el trono real, recuperó su sede a la derecha del Padre; y hoy hace descender sobre nosotros el Espíritu Santo y, con él, nos colma de mil bienes celestiales. Porque, pregunto, ¿hay alguna de cuantas gracias operan nuestra salvación, que no nos haya sido dispensada a través del Espíritu Santo?

Por él somos liberados de la esclavitud, llamados a la libertad, elevados a la adopción, somos, por decirlo así, plasmados de nuevo, y deponemos la pesada y fétida carga de nuestros pecados; gracias al Espíritu Santo vemos los coros de los sacerdotes, tenemos el colegio de los doctores; de esta fuente manan los dones de revelación y las gracias de curar, y todos los demás carismas con que la Iglesia de Dios suele estar adornada emanan de este venero. Es lo que Pablo proclama, diciendo: El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. Como a él le parece, dice, no como se le ordena; repartiendo, no repartido; por propia autoridad no sujeto a autoridad. Pablo, en efecto, atribuye al Espíritu Santo el mismo poder que, según él tiene el Padre.

Y así como dice del Padre: Dios es el que obra todo en todos, afirma igualmente del Espíritu Santo: El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece. ¿No advertís su plena potestad? Los que poseen idéntica naturaleza, es lógico que posean idéntica potestad; y los que tienen una igual majestad de honor, también tienen una misma fuerza y poder. Por él hemos obtenido la remisión de los pecados; por él nos purificamos de todas nuestras inmundicias; por la donación del Espíritu, de hombres nos convertimos en ángeles, nosotros que nos acogimos a la gracia, no cambiando de naturaleza, sino, lo que es todavía más admirable, permaneciendo en nuestra humana naturaleza, llevamos una vida de ángeles. ¡Tan grande es el poder del Espíritu Santo!

San Juan Crisóstomo, Homilía 2 en la solemnidad de Pentecostés (1: PG 50, 463-465)

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