domingo, 28 de julio de 2013

Preciosa la sabiduría que nos da a conocer a Dios

Preciosa la sabiduría que nos da a conocer a Dios y nos enseña a despreciar el mundo. Quien la encontrare, dichoso será si la retiene. ¿Qué podría dar a cambio? Conságrate a la obediencia y recibe la sabiduría. Así está efectivamente escrito: ¿Deseas la sabiduría? Guarda los mandamientos, y el Señor te la concederá. Si quieres ser sabio, sé obediente. La obediencia ignora la voluntad propia, y se somete a la voluntad e imperio de otro. Abrázala, pues, con todo el afecto del corazón y con todo el esfuerzo corporal; abraza, repito, el bien de la obediencia para que, por medio de ella, tengas acceso a la luz de la sabiduría. Así está efectivamente escrito: Contempladlo y quedaréis radiantes. Es decir, contempladlo a través de la obediencia, ya que no hay acceso más directo y seguro, y la sabiduría os volverá radiantes.

Quien no conoce a Dios no sabe a dónde va, sino que camina en tinieblas y su pie tropieza en la piedra. La sabiduría es luz, me refiero a aquella luz verdadera que ilumina a todo hombre, no al hombre que rezuma sabiduría de este mundo, sino al que viene contra este mundo, de modo que no es del mundo, aun cuando esté en el mundo. Este es el hombre nuevo que, depuesto el perverso y vil modo de ser del hombre viejo, trata de andar en una vida nueva, consciente de que no existe posibilidad de condena para quienes caminan no según la carne, sino según el Espíritu.

Mientras sigas tu propia voluntad, nunca te verás libre del tumulto interior, aunque en un momento dado te parezca que se ha calmado el tumulto exterior. Este tumulto de la propia voluntad no puede cesar en ti, mientras no se cambie el afecto carnal y comiences a tomar gusto a Dios. Por eso se afirma que los impíos se ven libres del tumulto gracias a la luz de la sabiduría, porque habiendo gustado qué bueno es el Señor, automáticamente dejan de ser impíos, adorando desde ese preciso momento al Creador en vez de a la criatura, y en el instante mismo en que abandonan la propia voluntad, en ese mismo momento experimentan, en la paz, el final de su íntimo tormento.

Dando, pues, de lado el tumulto de los afectos y el estrépito de los pensamientos, se hace la paz en tu interiory Dios comienza a habitar en tu corazón, pues su morada está en la paz. Y donde está Dios, allí está el gozo; donde está Dios, allí está la tranquilidad; donde está Dios, allí está la felicidad.

Sermón en la Epifanía (7: Opera omnia, ed. Cister 1970, 6/1, 26-27)

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