martes, 2 de julio de 2013

Los que estamos siempre en Cristo, no cesemos de orar

Los que estamos en Cristo, esto es, los que estamos siempre en la luz, no cesemos de orar ni siquiera de noche. Así, Ana, la viuda, rogando siempre y vigilando sin interrupción, perseveraba en hacerse grata a Dios, como está escrito en el evangelio: No se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Recapaciten tanto los paganos que todavía no han sido iluminados, como los judíos que, abandonados por la luz, quedaron en las tinieblas: nosotros, hermanos muy amados, que estamos siempre en la luz del Señor, que tenemos presente y mantenemos lo que hemos comenzado a ser por la gracia recibida, computemos la noche por día.

Abriguemos la esperanza de andar siempre en la luz, sin dejarnos obstaculizar por las tinieblas de que hemos salido: no sufran detrimento alguno las oraciones de la noche, ni la pereza o la indolencia sean causa de una pérdida de tiempo en la oración. Recreados y renacidos espiritualmente por la divina condescendencia, imitemos lo que hemos de ser en el futuro: destinados a habitar en un reino que desconoce la noche, y en el que todo es día, vigilemos durante la noche como si estuviéramos en pleno día; destinados a orar y dar gracias a Dios, no cejemos tampoco aquí de orar y dar gracias.

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (36: 3, 293-294)

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