jueves, 29 de enero de 2015

Predicamos a Cristo

¡Qué hermosos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia! ¿Quiénes son los que traen la Buena Noticia sino Pedro, sino Pablo, sino los apóstoles todos? ¿Y cuál es la Buena Noticia que nos traen, sino al Señor Jesús? El es nuestra paz, él es aquel sumo bien, pues es bueno y procede del bueno: de un árbol bueno se recogen frutos buenos. Bueno es finalmente el espíritu que de él recibe y que guía a los siervos de Dios por el recto camino.

¿Y quién, teniendo al Espíritu de Dios en sí, negará al bueno, cuando él mismo dice: ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Venga este bien a nuestra alma, a lo más íntimo de nuestra mente; este bien que Dios da generosamente a los que se lo piden. Este es nuestro tesoro, éste es nuestro camino, éste es nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestro pastor, y pastor bueno, él es nuestra vida. ¡Ya ves cuántos bienes en un solo bueno! Pues todos estos bienes nos predican los evangelistas.

El Señor Jesús es el sumo bien en persona, anunciado por los profetas, predicado por los ángeles, prometido por el Padre, evangelizado por los apóstoles. Vino a nosotros cual fruto maduro: y no sólo cual fruto maduro, sino como fruto que madura en los montes. Y para que no hubiera nada duro ni inmaduro en nuestros proyectos, nada violento ni áspero en nuestras acciones y en nuestras costumbres, él fue el primero que se presentó anunciándonos la Buena Noticia. Por eso dijo: Yo el que hablaba, aquí estoy. Esto es, yo que hablaba en los profetas, estoy presente en el cuerpo que asumí de la Virgen; estoy aquí yo que soy la imagen de Dios invisible e impronta de su sustancia, y estoy aquí también como hombre. Pero ¿quién me conoce? Vieron al hombre y le creyeron superhombre por sus obras.

Apresurémonos, pues, a él, en quien está el sumo bien: pues él es la bondad; él es la paciencia de Israel, que te llama a penitencia, a fin de que no seas convocado a juicio, sino que puedas recibir la remisión de los pecados. Haced —dice— penitencia. El es el sumo bien que de nadie necesita y abunda en todo. Y tal es su abundancia, que de su plenitud todos hemos recibido y en él fuimos colmados, como dice el evangelista.

San Ambrosio de Milán
Carta 29 (6-9: PL 16, 1100-1101)

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