viernes, 8 de mayo de 2015

Los sacramentos vitales

Siempre que en las Escrituras se menciona el agua sola, se proclama el bautismo, como lo vemos significado en Isaías: No recordéis –dice– lo de antaño. Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza. En este pasaje Dios preanuncia por medio del profeta que entre los paganos, en lugares anteriormente áridos, nacerían próximamente ríos caudalosos y apagaría la sed de su pueblo escogido, esto es, de los hijos que le nacerían a Dios por la generación del bautismo.

Nuevamente se predice y se preanuncia que si los judíos tuvieran sed y buscaran a Cristo, se saciarían junto con nosotros, es decir, conseguirían la gracia del bautismo. Si tuvieran —dice— sed en el desierto, los conducirá a las aguas, hará brotar agua de la roca, hendirá la roca y manará agua y mi pueblo beberá. Lo cual tiene su pleno cumplimiento en el evangelio, cuando Cristo, que es la roca, se hiende a golpe de lanza en la pasión. El mismo, refiriéndose a lo que mucho antes había predicho el profeta, grita diciendo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Y para que quedase más claro todavía que aquí el Señor no habla del cáliz sino del bautismo, añade la Escritura: Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él.

Por el bautismo se recibe el Espíritu Santo y, una vez bautizados y recibido el Espíritu Santo, son admitidos a beber del cáliz del Señor. Que nadie se extrañe de que, al hablar del bautismo, la Escritura divina diga que tenemos sed y que bebemos, puesto que el mismo Señor declara en el evangelio: Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, pues lo que se recibe con avidez y ansiedad, se toma con mayor plenitud y abundancia. Por lo demás, en la Iglesia siempre se tiene sed y siempre se bebe el cáliz del Señor.

No son necesarios muchos argumentos para demostrar que, bajo el apelativo de agua, se designa siempre el bautismo y que así debemos entenderlo, puesto que el Señor al venir al mundo nos ha revelado la verdad del bautismo y del cáliz. El que ha mandado dar a los creyentes, en el bautismo, el agua de la fe, el agua de la vida eterna, nos enseñó, con el ejemplo de su magisterio, que el cáliz debe estar integrado de una mezcla de vino y agua. Pues la víspera de su pasión, tomó el cáliz, lo bendijo y lo dio a sus discípulos diciendo: Bebed todos de él; porque ésta es la sangre de la alianza derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre.

De este texto se deduce que el cáliz que el Señor ofreció era un cáliz mezclado, y que lo que él llama sangre era vino. Es, pues, evidente que no se ofrece la sangre de Cristo, si falta vino en el cáliz; ni se da celebración santa y legítima del divino sacrificio, si nuestra ofrenda y nuestro sacrificio no están en sintonía con la pasión del Señor. Y ¿cómo podríamos beber con Cristo en el reino del Padre del nuevo fruto de la vid, si en el sacrificio de Dios Padre y de Cristo no ofrecemos vino, ni mezclamos el cáliz del Señor, de acuerdo con la tradición que él nos legó?

San Cipriano de Cartago
Carta 63 (8-9: CSEL 3, parte 2, 706-708)

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