martes, 15 de septiembre de 2015

Haced resplandecer para vosotros la luz del conocimiento

Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón. ¡Qué orden tan bello, lleno de doctrina y de gracia! No dijo primero: el que guardando sus preceptos, sino: el que con vida intachable.

En efecto, hay que buscar antes la vida que la doctrina, pues una vida buena, aunque sin doctrina, es aceptable; en cambio una doctrina sin vida carece de integridad. Porque la sabiduría no entra en alma de mala ley. Por eso dice: Me buscarán los malos, y no me encontrarán; pues la maldad ciega los ojos del alma y, cuando la iniquidad oscurece la mente, no puede descubrir la profundidad de los misterios.

Así pues, lo primero que hay que hacer es ejercitarse en la milicia de la vida, enderezar las costumbres. Y cuando hayamos encauzado el universo de la conducta moral por sus debidos cauces, de modo que se instaure la corrección de las ofensas y la gracia de la pureza, entonces podremos dedicarnos, según su orden y método, al estudio de la doctrina que hemos de conocer. Primero son efectivamente los temas morales, luego los místicos. En los primeros está la vida, en los segundos, el conocimiento. De suerte que si buscas la perfección, que la vida no esté viuda de conocimiento, ni el conocimiento carente de vida: ambos se complementan recíprocamente. Por eso dice la Escritura: Sembrad justicia, vendimiad el fruto de la vida, haced resplandecer para vosotros la luz del conocimiento.

No dice primero «haced resplandecer», sino «sembrad»: ni sólo «sembrad primero justicia», sino también, «vendimiad —dice— el fruto de la vida»; y entonces haced resplandecer la luz del conocimiento, de modo que la perfección reciba el espaldarazo no sólo de los frutos sembrados, sino también de los cosechados.

En el primer salmo siguió también idéntico orden: primero se enseña a caminar por la senda, y luego a meditar la ley. En efecto, quien no sigue el consejo de los impíos, éste ciertamente no se aparta del camino de la piedad ni de la senda de la justicia. Con razón, pues, quien es proclamado dichoso por andar en el camino, y por ejercitarse día y noche en la meditación de la ley, obtiene la gracia de la felicidad.

San Ambrosio de Milán
Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 1, 2: PL 15, 1199-1200)

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