martes, 22 de septiembre de 2015

¡Habitantes de la tierra, aprended justicia!

Aprended justicia, habitantes de la tierra. Dijo en otro lugar Dios por boca del profeta: Todos serán discípulos del Señor. Fíjate cómo en estas palabras la narración introduce a Cristo como el mistagogo de los paganos que creen en él. Pues era justo que se encendiera una luz sobre la tierra en atención a aquellos que en un tiempo llegaron al conocimiento de sus preceptos; era justo —repito— que el conocimiento de lo que es útil fuera impartido por él personalmente. ¡Vosotros —dice—, los habitantes de la tierra, aprended justicia! Muy semejante suena la voz de David: Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe. Efectivamente, la letra de la ley informó de los primeros rudimentos únicamente al Israel según la carne.

En cambio, nuestro Señor Jesucristo, habiendo lanzado las redes de la mansedumbre, pescó en ella a la totalidad de la tierra situada bajo el cielo. Con razón, pues, aconsejó a los habitantes de la tierra entera, diciendo: Tenéis que aprender la justicia que yo he enseñado, es decir, la justicia evangélica. Y para demostrar que el desacato a sus mandatos no puede quedar impune, añade esta precisión: Destruiste al impío.

Todo el que, en la tierra, no aprende la justicia, no podrá obrar conforme a la verdad. Pues irá a la ruina y a la perdición, siendo prácticamente exterminado, todo el que aceptare el conocimiento de la justicia evangélica y no obrare conforme a la verdad. Nuevamente llama aquí «verdad» al vigor de la vida evangélica y a la adoración y culto en espíritu y en verdad. En efecto, siendo la ley la sombra de los bienes futuros y no la imagen misma de las cosas, no era la verdad.

Por el contrario, Cristo y sus vaticinios pueden muy bien entenderse como justicia y verdad, y creo que podemos decir aquello: Dios ha hecho para nosotros justicia a ese Cristo, que es, además, la verdad. Aprended, pues —dice—, la justicia y la verdad; que es como si dijera: reconoced a aquel que es verdaderamente el Hijo de Dios y el creador y Señor de todas las cosas. Perecerá realmente y será destruido el impío, para que no vea la gloria del Señor.

En casi idénticos términos se dirige Cristo al pueblo judío: Con razón os he dicho que si no creéis que yo soy, moriréis por vuestros pecados. Y también: El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Ahora bien: quien ha sido ya condenado una vez, y no ha muerto a los propios pecados, ¿cómo podrá ver la gloria del Señor? No, no estará con Cristo, ni en modo alguno puede ser partícipe de su gloria, ni le será dado contemplar la herencia de los santos.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, 1: PG 70, 575578)

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