lunes, 8 de julio de 2013

David fue figura de Cristo

A quienes con fe leen los sagrados libros no les es difícil conocer los misterios relativos al bienaventurado David, que en los salmos resultó profeta y en las obras, perfecto. ¿Quién no admirará a este bienaventurado David, que describió en su corazón los misterios de Cristo ya desde su infancia? ¿O quién no se maravillará al ver realizadas sus profecías? El fue elegido por Dios como rey justo y como profeta, un profeta que nos ha dado una mayor seguridad no sólo acerca de las cosas del presente y del pasado, sino también de las futuras.

Ahora bien, ¿qué alabaré primero en él: sus gestas gloriosas o sus palabras proféticas? Pues nos encontramos con que en ambos campos, palabras y obras, este profeta es figura de su Señor. Lo veo pastor de ovejas, sé que fue clandestinamente ungido rey, contemplo al tirano vencido por él, noto cómo se esfuma la batalla y compruebo que el pueblo ha sido liberado de la esclavitud; seguidamente veo a David odiado por Saúl, que, como a enemigo u hombre de poco fiar, le obliga a huir, le expulsa y tiene que ocultarse en el desierto, y contemplo al que primero era envidiado por Saúl, constituido rey sobre Israel.

¿Quién no proclamará dichosos a los justos patriarcas, que no sólo profetizaron el futuro con las palabras, sino que sufriendo ellos mismos, realizaron en la práctica lo que iba a suceder a Cristo? Y nosotros debemos comprender en la realidad lo que se nos propone, es decir, aquellas cosas que eran manifestadas espiritualmente, con palabras y con obras, a los santos profetas. Aquellas figuras y aquellas obras decían relación con el futuro, y se referían concretamente al que había de venir al final de los tiempos a perfeccionar la ley y los profetas. Vino al mundo para enseñar la justicia, manifestándosenos por medio del evangelio; decía: Yo soy el camino, y la justicia, y la vida. El era, en efecto, el justo, el verdadero, el salvador de todos. ¿Cómo no vamos a comprender que lo que con anterioridad hizo David fue perfeccionado más tarde por el Salvador y dado, finalmente, a las santas iglesias como un don, a través de la gracia?

Debemos primero anunciar las cosas postreras, para hacer así más fácilmente creíbles las palabras. Dos fueron las unciones que llevó a cabo Samuel: una a Saúl y otra a David. Saúl recibió la unción con respeto, pero no como un hombre digno de Dios, sino como un transgresor de la ley; y Dios, molesto, lo puso como opresor sobre quienes habían pedido un rey. De igual modo, Herodes, como transgresor de la ley, reinaría años más tarde sobre hombres pecadores. David fue clandestinamente ungido en Belén, porque en Belén había de nacer el rey del cielo, y allí ungido —y no ocultamente— por el Padre, se manifestó al mundo, como dice el profeta: Por eso el Señor tu Dios te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Saúl fue ungido con una aceitera como de arcilla, porque su reino era de transición y muy pronto disuelto. En cambio, David fue ungido con la cuerna del poder: de este modo señalaba previamente a aquel que, mediante la venerable unción, demostraba la victoria sobre la muerte.

San Hipólito de Roma, Homilía sobre David y Goliat (1, 1-4. 2: CSCO 264, 1-3)

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