sábado, 20 de diciembre de 2014

El profeta inspirado vaticinó al Dios-con-nosotros

Está escrito: Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. El ángel Gabriel, al revelar a la santa Virgen Madre de Dios el misterio, le dice: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él salvará a su pueblo de los pecados. ¿Se contradijeron aquí, acaso, el santo ángel y el profeta? En absoluto. Pues el profeta de Dios, hablando en espíritu del misterio, vaticinó al Dios-con-nosotros, dándole un nombre en sintonía con la naturaleza y la economía de la encarnación, mientras que el santo ángel le impuso un nombre de acuerdo con la misión y su eficacia propia: salvará a su pueblo. Por eso le llamó salvador.

Efectivamente: cuando por nosotros se sometió a esta generación según la carne, una multitud de ángeles anunció este fausto y feliz parto a los pastores, diciendo: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor. Es llamado Emmanuel porque se hizo por naturaleza Dios-con-nosotros, es decir, hombre; y Jesús, porque debía salvar al mundo, él, Dios mismo hecho hombre. Así que cuando salió del vientre de su madre —pues de ella nació según la carne—, entonces se pronunció su nombre. Sería inexacto llamar a Cristo el Dios Verbo antes de su nacimiento que tuvo lugar —repito— según la carne. ¿Cómo llamarle Cristo si todavía no había sido ungido?

Cuando nació hombre del vientre de su madre, entonces recibió una denominación adecuada a su nacimiento en la carne. Dice que Dios hizo de su boca una espada afilada. También esto es verdad. Pues de él está escrito, o mejor, dice el mismo profeta Isaías: La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Herirá al violento con la vara de su boca. La predicación divina y celestial, es decir, evangélica, anunciada por Cristo, era una espada aguda y sobremanera penetrante, blandida contra la tiranía del diablo, que eliminaba a los poderes que dominan este mundo de tinieblas y a las fuerzasdel mal. De hecho, disipó las tinieblas del error, irradió sobre los corazones de todos el verdadero conocimiento de Dios, indujo al orbe entero a una santa transformación de vida, convirtió a todos los hombres en entusiastas de las instituciones santas, destruyó y erradicó del mundo el pecado: justificando al impío por la fe, colmando del Espíritu Santo a quienes se acercan a él y haciéndoles hijos de Dios, comunicándoles un ánimo esforzado y valiente para la lucha, poniendo en sus manos la espada del espíritu, es decir, la palabra de Dios, para que, resistiendo a los que antes eran superiores a ellos, corran sin tropiezo a la consecución del premio al que Dios llama desde arriba.

Que esta disciplina e iniciación a los divinos misterios aportada por Cristo haya derrocado en los habitantes de la tierra el poder tiránico del demonio, lo afirma claramente el profeta Isaías cuando dice: Aquel día, castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 4: PG 70,1035-1038)

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