martes, 27 de octubre de 2015

No hubo tiempo alguno en que Dios no llamase a todos a la salvación

Nuestro Señor, movido por ese amor con que envuelve a los hombres, no dejó transcurrir tiempo alguno sin llamar a todos los hombres a la salvación. En ocasiones, sin embargo, decía reprendiendo con mayor dureza a los que descaradamente huían: ¿Puede un etíope cambiar de piel o una pantera de pelaje? Igual vosotros: ¿podéis enmendaron, habituados al mal? De hecho, el padre de todo pecado dominaba hasta tal punto al género humano, que eran realmente pocos los adoradores de Dios, persuadidos como estaban del deber de recordar al supremo legislador.

Así pues, como el pecado tiranizaba a todos los humanos y cual densa oscuridad cubría toda la tierra, los santos rogaban al Verbo de Dios que bajara a nosotros y, con su saludable luz, iluminara las mentes de todos. Claman pues, a él diciendo: Envía tu luz y tu verdad. Y efectivamente, nos fue enviada la luz que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, esto es, el Verbo de Dios, Dios mismo, que habiendo asumido nuestra condición y engendrado por la Virgen santa, trajo la salvación al género humano, instaurando la antigua incorruptibilidad de la naturaleza, como lo afirma Pablo: Renovando para nosotros un nuevo camino, unió el cielo y la tierra, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas.

Al mostrarnos, pues, Cristo, nuestro Salvador, benignamente un afecto tan personal y soportar la cruz por nuestra causa, fueron desatadas las cadenas de la muerte complicadas por multitud de nudos y fueron enjugadas las lágrimas de todos los rostros, como dice el profeta: Convertiré su tristeza en gozo. En cuanto al Salvador, se le acomoda perfectamente aquel dicho: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Habiendo, pues, proclamado tanto a los espíritus encarcelados como a los que estaban cautivos: «Salid», y a los que estaban en tinieblas: «Venid a la luz», él mismo resucitó su templo reconstruido en tres días, preparó además a la naturaleza una nueva ascensión a los cielos, ofreciéndose a sí mismo al Padre como primicias del género humano y otorgando a los que vivían en la tierra la comunicación del Espíritu Santo, cual prenda de la gracia.

San Cirilo de Alejandría
Homilía pascual 2 (8: PG 77, 447-450)

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