viernes, 2 de octubre de 2015

Se nos llama cristianos o pueblo de Dios

De oriente conduciré a tu descendencia y de occidente te reuniré. El Verbo unigénito de Dios se apareció a los que vivían en la tierra en nuestra condición, es decir, hecho hombre, para conducir a griegos y judíos —caídos en la apostasía y defección del Creador común a causa de sus muchas y variadas culpas— al verdadero e incontaminado conocimiento de Dios, congregarlos en una comunión espiritual por medio de la fe y de la santificación maravillosamente consumada, y, por último hacerlos dignos de su unión con él, y de este modo unirlos a Dios Padre por mediación suya. Que por esta razón Cristo se hizo hombre no es difícil deducirlo de las sagradas páginas del evangelio.

En efecto, Lázaro resucitó de entre los muertos de un modo maravilloso y en contra de la común estimación. Pues bien, la muchedumbre de los impíos judíos y la secta de los fariseos odiosa a Dios, convocaron el sanedrín y dijeron: ¿Qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos seguir, vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. Entonces, uno de ellos, Caifás, les dijo: Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera. A estas palabras añade seguidamente el divino evangelista: Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Pues por lo que se refiere a la primera creación del hombre y al propósito del que lo creó, todos eran hijos suyos. Pero Satanás los dispersó a todos, precipitándolos en una multitud de pecados y, una vez los hubo inducido al error, los separó de la unión que con Dios tenían. Pero Cristo los redujo nuevamente a la unidad, pues vino a buscar lo que estaba perdido.

Y cuando le oímos llamar hijos e hijas a los que vienen corriendo procedentes de los cuatro puntos cardinales, manifiesta el tiempo de la venida de Cristo, tiempo en que a los habitantes de la tierra les fue otorgada la gracia de la adopción por la santificación en el Espíritu. Y que la vocación no es exclusiva de un solo pueblo, sino común y única para todos, lo insinuó al decir: Todos cuantos lleven mi nombre. Se nos llama cristianos o pueblo de Dios. Dice efectivamente Pedro en una carta enviada a los que han sido llamados por medio de la fe: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «Pueblo de Dios».

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 1: PG 70, 887-890)

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