viernes, 23 de octubre de 2015

¿Quién es capaz de conocer el pensamiento de Dios?

Dios no consiente que los llamados a la conversión, a la redención y a la purificación de los pecados desconfíen de la gracia que nos viene de Cristo. Esto es lo que hicieron los israelitas. Porque, mientras Dios les invitaba a la conversión y al arrepentimiento, cuando se sentían compungidos y como lacerados por los remordimientos de la propia conciencia, en el momento en que se veían absolutamente incapaces de lavar las inmundicias de su viciosa conducta decían: Nuestros errores están dentro de nosotros y en ellos hemos nacido, ¿cómo, pues, seguir viviendo?

A lo cual responde Dios: Convertíos seriamente de vuestros caminos, casa de Israel, y vuestras injusticias no se traducirán en castigo para vosotros. Por consiguiente, cuando vosotros —dice— desconfiáis, mientras yo, que todo lo puedo, afirmo categóricamente: Os libraré de toda mancha y os haré inmunes a los delitos inveterados, reflexionad entonces quién soy yo y quiénes sois vosotros, pensad en la diferencia existente entre mis caminos y vuestros caminos, entre vuestros planes y mis planes, cuánta sea también la diferencia de las naturalezas. Pues vosotros sois hombres, yo soy Dios. Inmensa es, pues, la distancia, y las cosas de Dios no tienen punto referencial de comparación. Nos gana, efectivamente, en fortaleza, en gloria, en clemencia: nada existe en la naturaleza que pueda adecuarse a su excelencia o que pueda parecer que se le aproxima un tanto.

En efecto, los hombres están sujetos a la ira; pues bien, lo característico de la naturaleza divina, que a todas supera, es no dejarse dominar por la ira. El hombre es cruel y propenso a la maldad; en cambio Dios es bueno por naturaleza, más aún: es la mismísima bondad. Perdonará, pues, como Dios, y justificará al impío, echando en olvido los traspiés debidos a la ignorancia y borrando las máculas del error.

Añade también esto a la precedente consideración: antiguamente la multitud de los pueblos era ignorante y fácilmente eran los hombres arrastrados a todo género de torpezas y empujados a hacer cosas tales, que la lengua se resiste a decir. Pero después de que, impulsados por la fe, buscaron a Dios y lo invocaron, abandonando su anterior conducta y sus perversas maquinaciones, consiguieron la misericordia de Dios y se sintieron como transformados y trasladados a otra vida: se convirtieron en sabios en cuanto partícipes de la sabiduría, conocedores de toda cosa buena; sacudieron el yugo del prístino error, vencieron el pecado y en lo sucesivo se despojaron de su ánimo voluble e inconstante, y se hicieron con un ánimo firme y esforzado, pronto a ejecutar lo que es agradable a Dios. Por eso dice: cuando prometo todo esto, no desconfiéis, ni penséis que soy de ánimo voluble. Pues mis planes no son vuestros planes, ni mis caminos son vuestros caminos.

San Cirilo de Alejandría
Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t 2: PG 70, 1230-1231)

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