domingo, 17 de marzo de 2013

Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios


Dice el Apóstol: Os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la recompensa. Por eso, necesitáis una sola cosa: esperar todavía un poquito, sin combatir aún. Habéis llegado ya a la corona; habéis soportado luchas, cadenas, tribulaciones; os han confiscado los bienes. ¿Qué más podéis hacer? Sólo os resta perseverar con valentía, para ser coronados. Sólo os queda esto por soportar: la prolongada espera de la futura corona. ¡Qué gran consuelo!

¿Qué pensaríais de un atleta que, después de haber vencido y superado a todos sus adversarios y no teniendo ya nadie con quien combatir, finalmente, cuando debiera ser coronado, no supiera esperar la llegada de quien debe imponerle la corona, y no teniendo paciencia para esperar, quisiera salir y marcharse como quien es incapaz de soportar la sed y el calor estival? ¿Qué es lo que el mismo Apóstol nos dice apuntando a esta posibilidad? «Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso».

Y para que no digan: «¿Cuándo llegará?», les conforta con la Escritura, para la cual este compás de espera es una no pequeña merced. Dice en efecto: «Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor».

Este es un gran consuelo: mostrar que incluso los que siempre han obrado rectamente pueden echarlo todo a perder por indolencia: Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Estas palabras fueron escritas para los Hebreos, pero es una exhortación que vale también para muchos hombres de hoy. Y ¿para quiénes concretamente? Para aquellos de ánimo débil y mezquino. Porque, cuando ven que los malos saben conducir bien sus propios negocios y ellos no, se afligen, se dejan invadir por la tristeza y lo soportan mal. Les desearían más bien penas y castigos, esperando para ellos el premio por las propias fatigas. Un poquito de tiempo todavía –decía hace un momento Pablo–, y el que viene llegará sin retraso.

Por eso, diremos a los desidiosos y negligentes: de seguro que nos llegará el castigo, vendrá ciertamente; la resurrección está ya a las puertas. Y ¿cómo lo sabemos?, preguntará alguno. No diré que por los profetas, pues mis palabras no van dirigidas a solos los cristianos. Son muchas las cosas que ha predicado Cristo: si no se hubieran acreditado de verdaderas, no deberíais creer tampoco éstas; mas si, por el contrario, las cosas que él anunció de antemano han tenido cumplimiento, ¿a qué dudas de las otras? Sería más difícil creer si nada hubiera sucedido, que no creer cuando todo se ha verificado. Lo aclararé más todavía con un ejemplo: Cristo predijo que Jerusalén sería objeto de una destrucción tal, como no la había habido igual hasta el momento, y que jamás sería reconstruida en su primitivo esplendor: y la profecía realmente se cumplió. Predijo que vendría una gran tribulación, y así sucedió.

Predijo que la predicación habría de difundirse como un grano de mostaza y nosotros comprobamos que día a día esa semilla invade todo el universo. Predijo: En el mundo tendréis luchas: pero tened valor: Yo he vencido al mundo, es decir, ninguno os vencerá; y vemos que también esto se ha cumplido. Predijo que el poder del infierno no prevalecería contra la Iglesia, aunque fuera perseguida, y que nadie sería capaz de neutralizar la predicación, y la experiencia da testimonio de que así ha sucedido.

San Juan Crisóstomo, Homilía 21 sobre la carta a los Hebreos (2-3: PG 63, 150-152)

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