domingo, 24 de marzo de 2013

La pasión de Cristo es seguridad y fortaleza para quien cree en él


Cristo, a pesar de su naturaleza divina y siendo por derecho igual a Dios Padre, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Realmente su pasión saludable abatió a los principados y triunfó sobre los dominadores del mundo y de este siglo, liberó a todos de la tiranía del diablo y nos recondujo a Dios. Sus cicatrices nos curaron y, cargado con nuestros pecados, subió al leño; y de este modo, mientras él muere, a nosotros se nos mantiene en la vida, y su pasión se ha convertido en nuestra seguridad y muro de defensa. El que nos ha rescatado de la condena de la ley, nos socorre cuando somos tentados. Y para consagrar al pueblo con su propia sangre, murió fuera de la ciudad.

Por eso, repito, la pasión de Cristo, su preciosa cruz y sus manos taladradas se traducen en seguridad, en muro inaccesible e indestructible para quienes creen en él. Por lo cual dice justamente: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen, y yo les doy la vida eterna. Y también: Nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Y esto porque precisamente viven a la sombra del Omnipotente, protegidas por la ayuda divina como en una torre fortificada.

Desde el momento, pues, en que Dios Padre nos sostiene casi con sus manos, custodiándonos junto a él, sin permitir que seamos inducidos al mal o que sucumbamos a la malicia de los malvados, ni ser presa de la violencia diabólica, nada nos impide comprender que las murallas de Sión designadas por sus manos, signifiquen a los expertos en el arte espiritual que, poseídos por la gracia, se dan a conocer en el testimonio de la virtud.

En consecuencia, podríamos decir que las murallas de Sión construidas por Dios, son los santos apóstoles y evangelistas, aprobados por su propia palabra, que nunca se equivoca ni se devalúa. Sus nombres están escritos en el cielo y figuran en el libro de la vida. No hemos de maravillarnos si dice que los santos son los baluartes y las murallas de la Iglesia. El mismo es el muro y el baluarte, como una fortaleza.

De igual modo que él es la luz verdadera y, no obstante, dice que ellos son la luz del mundo, así también, siendo él el muro y la seguridad de quienes creen en él, confirió a sus santos esta estupenda dignidad de ser llamados murallas de la Iglesia.

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 4: PG 70, 1066-1067)

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